lunes, 29 de diciembre de 2014

La mejor serie de 2014

... en mi humilde opinión, al menos.


A los que la han visto les sonará esta imagen de los títulos de inicio. También a algunos de los que no la han visto, por los nombres de la pareja de protagonistas. Para los que no pertenecen ni al primer grupo ni al segundo, el nombre de la serie es True Detective.

Vaya por delante, la historia que cuenta TD es, en esencia, de lo más corriente y visto no ya sólo en la televisión, sino también en los cines, en las novelas, y hasta en los seriales radiofónicos (no sé si todavía se emite alguno, al menos aquí en España). Es una historia de un terrorífico asesino en serie y los dos detectives de personalidades contrapuestas que le dan caza. Si a alguien se le ocurre una trama más estereotipada y repetida que esta, por favor que lo diga.

Si una historia así, que ya he visto docenas de veces, es conducida de la manera habitual lo más segura es que resulte aburrida. De hecho, eso es lo que ha pasado con muchas de las historias detectivescas de asesinos en serie que he visto y leído en los últimos años.

Para mantenerse vivo hay que renovarse, y para renovarse hay que cambiar. En la trama detectivesca anteriormente descrita hay poco espacio para el cambio, salvo que se lleve a cabo experimentando con esa trama, lo cual siempre es peligroso.

Al final TD no experimenta renovando la trama de fondo, sino renovando la forma. Hablamos de una serie que entra por los ojos y por los oídos desde los mismísimos fascinantes títulos de crédito y que marcan la pauta estética - la forma - que tendrá la historia de la cual vamos a ser espectadores.

Y la estética de TD es soberanamente deprimente y oscura. El escenario de la narración es una región hasta ahora poco explorada en los medios audiovisuales. El Bayou del Estado de Louisiana. Pantanos, bosques tupidos sin cuidar, y las ruinas de una industria y agricultura deprimidas. Todo ello poblado por unos seres con apariencia humana y que desarrollan su existencia sumergidos en un páramo emocional dentro del cual sólo caben las alternativas de la desesperación, el pasotismo, o la estupefacción.

Nuestro dueto de detectives protagonistas no es ajeno a este ambiente. Se integra perfectamente en él. No son héroes de brillante armadura. Woody Harrelson borda el papel de paleto y borrachuzo que nos es familiar de interpretaciones anteriores suyas, mientras que Matthew McConaughey abandona su habitual registro de galán de cine y terror de las nenas para encarnar al cerebro de la pareja detectivesca. Un papel aparentemente brillante pero que se ve enmarcado por una personalidad que de puro oscura es tenebrosa.

Lo cual resulta todo un acierto a la hora de conectar con el público actual, el de nuestra época. Para aquellos que eramos jóvenes ilusionados en los noventa y que nos creímos que con el fin de la Guerra Fría se abría un período de prosperidad sin fin, aquellas expectativas incumplidas, aquellas dulces mentiras, aquellas promesas incumplidas nos han dejado especialmente receptivos a historias en las que los héroes son villanos y los villanos son héroes. Lleva sucediendo ya una década, desde Los Soprano, pasando por The Wire, hasta Juego de Tronos y Breaking Bad. TD sigue el mismo patrón en lo que a ambigüedad moral y legal de los protagonistas se refiere.

Más novedoso es la aparición de primeras espadas del Cine con mayúsculas en la plantilla de series de televisión. No será la primera vez que sucede, pero es algo que últimamente se ha hecho más frecuente. Cabe preguntarse, lo mismo que sucede con muchas películas, si estos fichajes no responderán a una estrategia de captar audiencias con grandes nombres. No lo sé a ciencia cierta. Es posible que la historia de TD hubiera podido ser interpretada igual de bien en sus par de papeles principales por los habituales actores desconocidos aunque consumados del mundo audiovisual, pero ello no quita que estos dos actores conocidos hagan una magistral interpretación en la pequeña pantalla. A mí, al menos, me resultaba en ellos tan desconocido como adecuado ese registro interpretativo que impera en la serie, y que aparentemente consiste en tener permanentemente el aspecto de que alguien hubiera roto el palo de una escoba por la mitad y les hubiera metido a cada uno un trozo por el culo.

Recomiendo True Detective porque me ha llegado al alma y lo que yo he sentido viendo esta serie es algo que quiero compartir. Al mismo tiempo, toda recomendación encierra sus peligros. Esta serie me ha gustado sobre todo por su ambientación, por su "atmósfera". Y estas son tenebrosas y deprimentes. Si eres alguien que disfruta viendo "Vivir Cantando", "La que se avecina", o "Cómo conocía a Vuestra (Puta)Madre", es bastante posible que True Detective no te guste. Nadie tiene mejores gustos. En todo caso, si gustos diferentes.

Al final, se trata de hacer lo mismo que la pareja de protagonistas de esta historia al final de la misma: salir a contemplar el cielo estrellado de la noche y reconocer que, aunque casi todo es negro, existen puntos de luminosidad.

lunes, 22 de diciembre de 2014

Ticket to Kentucky

Hace poco he jugado al Thurn and Taxis. Ha sido la segunda vez. La primera tuvo lugar hace años. Th&T es básicamente un juego de trazar rutas de manera eficiente y puntuar haciéndolo. Es un juego agradable, y fue un placer retornar a él después de aquella primera incursión.

Naturalmente hizo falta explicarme el reglamento de nuevo. Al hacerlo nuestro anfitrión hizo una introducción al juego haciendo referencia a otro viejo clásico basado también en trazar rutas: Ticket to Ride.

Ticket to Ride - o Ticket to Kentucky, como le gustaba decir a un amigo mío aficionado a las aliteraciones - es un juego que lleva 10 años en el mercado y ha visto múltiples reediciones en varios idiomas. Ha sido y es, sin lugar a dudas, un éxito comercial. ¿Quiere esto decir que el juego es bueno?.

Si le preguntáis a un loco de los juegos de tablero las respuestas posibles van desde la negación tajante hasta el carraspeo y una respuesta vacilante del que no busca comprometerse. Para todo aquel que ha jugado muchos juegos hay muchos juegos con mecánicas similares y con los que estaría más dispuesto a pasarse el tiempo. Para los veteranos del tablero TtR es un juego que fue interesante en su tiempo, pero que en la actualidad resulta aburrido.

¿Por qué se reedita entonces?. Pues porque para las personas que han subsistido a lo largo de su vida lúdica a base de Risk, Monopoly, La Oca y el Parchís, TtR es por comparación una auténtica sensación. La razón por la que 10 años más tarde este juego siga publicándose es que el público potencial para este juego es mucho mayor que el de los juegos de mesa más desarrollados y del gusto de los veteranos que, por muy arrogantes que nos pongamos, somos una ridícula minoría.

Analizar TtR es un útil ejercicio en determinar que es lo que hace que un juego tenga éxito comercial hoy en día. En el caso que nos ocupa hoy, el secreto del éxito de TtR entre las masas se basa - en mi opinión - en tres elementos: 1º Una cuidada presentación; 2º Un reglamento muy sencillo; y 3º Cumplir más o menos a rajatabla ciertas normas de los euros.

Una cuidada presentación.

La primera editorial en publicar TtR fue Days of Wonder. Si hay algo que caracteriza a esta empresa es la calidad de los materiales de los juegos que publica. Esto es algo ya conocido por los jugones de pro, y lo comento más que nada para aquellos que no lo saben. Ya sea por la calidad de esta primera edición, ya sea por algún recoveco en las cesiones de derechos de publicación a otras editoriales, prácticamente todas las editoriales que han publicado después el juego han mantenido el maquetado de la edición original. Así que al describirla hago lo propio con todas las ediciones subsiguientes.

El juego está contenido en una caja mediana del mismo tamaño que la que contiene al Colonos de Catán. Tiene la firmeza adecuada y está decorada con esas ilustraciones algo blandurrias aunque correctas que se repiten en más juegos de esta casa. 

El interior de la caja está ocupado en su mayor parte por una bandeja de plástico negro que encaja perfectamente dentro y que también enmarca en su borde superior el tablero de juego para que este no se desplace dentro de la caja.

El tablero es plegable y sólido. Bordeado por un contador de puntos contiene una representación de los E.E.U.U. con varias ciudades señaladas con círculos y sus nombres. Estas ciudades están conectadas por rutas segmentadas en diferentes colores. Con un predominio de colores de tono pastel, el diseño del mapa es a la vez funcional y elegante.

Acompañan el juego un buen montón de cartas de pequeño tamaño - el mismo tamaño que el Colonos de Catán - ilustradas con el mismo tono y colores que el mapa. Hay dos tipos de cartas, las de tren, y las de ruta.
Cartas de tren
Cartas de ruta.
El empleo del mismo color en el tablero y las cartas ayuda a identificar para que rutas nos sirven las cartas que tenemos en la mano. Las cartas de ruta contienen en un tamaño grande y fácilmente leíble la información relevante: los puntos y las ciudades a conectar. Contienen también un pequeño mapa para ayudarnos un poco en la localización de esas ciudades.

Cada jugador, hasta un máximo de 5, está representado por un color con su conjunto de piezas. Hay un cilindro de madera de cada color para el conteo de puntos. Pero la mayor cantidad de piezas son vagones hechos de plástico, en cada uno de los colores que representan a los jugadores. Hay una cuarentena en cada color, y se incluyen algunos de sobra por si suceden extravíos. Pero lo mejor de todo, al menos para mí, es que muchas ediciones incluyen bolsitas de plástico autosellables para guardarlos dentro de la bandeja negra de plástico. En otros juegos que tengo con el mismo sistema de almacenaje - como Smallworld - éstas no se incluyen y al final las piezas acaban revueltas dentro de la bandeja.

El manual que corresponde a un juego tan sencillo como este tiene sólo cuatro páginas. O sea, es una lámina de papel plegada por la mitad. Está bien maquetado, con un ejemplo del despliegue inicial de la partida a todo color. Es fácil encontrar todo, y no recuerdo fallo alguno. Lo cierto es que el juego es tan simple que la única forma de cagarla en el reglamento era haciéndolo adrede.

Salvo por el reglamento - que de otra forma es fácil de obtener - el juego es independiente del idioma y podéis adquirir cualquier edición en un idioma con un alfabeto discernible. Quiero decir, que no he visto las ediciones ni china ni japonesa, pero que ambas serían válidas si al menos las ciudades en el mapa y en las cartas tienen los nombres escritos con el alfabeto latino.

El maquetado blandurrio - más destinado a no ofender que a emocionar -, los colores brillantes, la calidad del material del tablero y las cartas, y sobre todo los vagones de plástico - podrían haber sido cubos de madera - son concesiones al diseño. Están destinadas a agradar a todo el mundo posible y desagradar a los menos.

Ello no está reñido con la funcionalidad. Los 6 colores de las cartas están bien escogidos para distinguirse bien entre sí - no es tan fácil -, se identifican bien con los colores para los tramos que hay sobre el tablero. Este ya hemos dicho que tiene un diseño que resalta la información por encima de la ambientación y el adorno. Finalmente, el color de los vagones de los jugadores no tiene el tono pastel de las cartas. Son colores bastante brillantes, y ello ayuda a distinguirlos bien sobre el tablero y a unos jugadores de otros.

Un reglamento sencillo.

TtR es un juego para 3-5 jugadores en el que gana el jugador que al final de la partida obtiene una mayor puntuación, lograda completando tramos y rutas. Este final de la partida se desencadena cuando a uno de los jugadores se le acaban los vagones (le quedan ninguno, 1, ó 2).

Al comienzo de la partida cada jugador recibe un montón de vagones en su color, un cilindro para marcar puntos que se coloca en el 0 al borde del tablero, 4 cartas de vagones, y 2-3 cartas de rutas. Las rondas transcurren en el sentido de las agujas del reloj y en su turno cada jugador puede hacer una de tres acciones: 1) robar cartas de vagones; 2) robar cartas de rutas; 3) gastar cartas de vagones para ocupar un tramo.

Robar cartas de ruta se hace normalmente cuando se han completado las que ya tenía uno al comienzo de la partida y se desea puntuar más. Robar demasiadas cartas de ruta es peligroso, puesto que las que no estén completadas al final de la partida restan puntos.

Robar cartas de vagones es la acción que más frecuentemente realizan los jugadores durante la partida. Estas cartas funcionan como dinero con el cual pagamos la acción que finalmente nos dará puntos, ocupar tramos. Cada jugador puede robar hasta 2 cartas por turno, a escoger entre 5 que siempre están expuestas o probar suerte robando del mazo. Hay cartas en 6 colores, más unos comodines con la ilustración de una locomotora.

La acción de ocupar un tramo - la línea de rectángulos que va desde una ciudad a otra - implica soltar una cantidad de cartas de nuestra mano igual al número de espacios del tramo. No son posibles las "compras a plazos".  Además, si el tramo tiene un color distinto del gris, todas las cartas tienen que ser de ese color. Para los tramos grises cualquier color vale, pero todas las cartas tienen que tener el mismo color. Si faltan cartas de un color, se pueden emplear comodines para cubrir la diferencia.

Una vez ocupada un tramo por los vagones de un jugador, se mantiene ocupado hasta el final de la partida. Algunos tramos son dobles, y otro jugador puede desplegar sus vagones por el mismo tramo. De otra forma, el mapa es lo suficientemente denso en conexiones como para proporcionar desvíos alternativos.

Durante la propia partida la ocupación de un tramo da puntos inmediatamente, cuya cuenta se lleva con el cilindro por el contador al borde del tablero. Los puntos de tramo van en función de la longitud del mismo, y la recompensa es creciente según esa longitud. Un tramo de 3 espacios da 4 puntos, pero uno de 6 (el máximo), da 15.

Al final de la partida se revelan las cartas de ruta en las manos de los jugadores. Cada una de las que este completada otorga a ese jugador la cantidad de puntos que indica, las no completadas restan puntos. Además, el jugador que tenga la línea de vagones continua más larga se lleva una bonificación de 10 puntos. Este recuento de puntos final a menudo es decisivo, porque las cartas de ruta tienen valores que van desde los 6 a los 22 puntos. Así, con 2 ó 3 rutas completadas se pueden hacer entre 40 y 60 puntos al final de la partida.

Euro House Rules (Las normas de la casa de los Eurojuegos).

Una de las mejores cosas de esta época que vivimos es la gran cantidad de información disponible fácilmente por internet. Hace un par de semanas leí la traducción de un artículo de un señor alemán vinculado a la industria de los juegos de mesa en la que describía con detalle las características que debían reunir los juegos euro.

Lo que fácil viene, fácil se va. No he podido encontrar el enlace al artículo, así que tendréis que fiaros de mi palabra. El artículo traducido desgranaba una larga serie de requisitos que definían bastante bien lo que son los juegos de estilo alemán o euro. La lista era muy larga, y algunas de las reglas que definían a estos juegos resultaban contradictorias entre sí. Resultado de querer abarcar demasiado. Sin embargo, TtR cumple muchas de estas normas a la perfección.

Las principales son la duración y la sencillez. Una partida de TtR durará como mucho una hora e incluso menos. Las acciones de los jugadores son tres, y bastante simples cada una, por lo que hay poco que enseñar a los jugadores nuevos y las acciones son fáciles de aprender.

La aleatoriedad en la asignación de rutas y vagones iniciales a cada jugador genera una infinidad de partidas diferentes. Previa a estas asignaciones, cada jugadores comienza la partida en igualdad de condiciones frente a los demás.

Ausencia de conflicto directos entre los jugadores. Si bien es posible "fastidiar" a un jugador ocupando sus rutas, el afectado siempre dispondrá de otras rutas o alternativas. Las cartas, los vagones, y las acciones para adquirir más de lo primero y desplegar los segundos sobre el tablero son recursos tan preciosos que vale más la pena dedicar a la propia expansión. Si de paso jorobas a alguien, bien, pero dedicarse a hacerlo conscientemente es hasta perjudicial para quien adopta esa estrategia.

TtR respeta por ello las sensibilidades de personas - como los niños o las suegras - que en juegos con mayor interacción y "puteo" se verían estresados porque otra persona les fastidiase sus jugadas a conciencia y con posibilidades de ganar. Ello abre este juego a un público mucho más amplio que el de los jugones veteranos, que pueden tener más tendencias a buscar variedad en su experiencia con más puteo o más complejidad.

A pesar de su sencillez - o precisamente por ello - TtR ofrece a los jugadores cierto control sobre su propio destino y la posibilidad de tomar decisiones relevantes. ¿Sigo robando más cartas, o gasto por fin las que tengo en un tramo?, ¿no se me adelantará otro jugador al ocupar un tramo que yo quiero?, si lo hace ¿que rutas alternativas tengo?. Ocupar tramos más largos es más económico en cuanto a los puntos proporcionados y a las acciones gastadas para desplegar un número dado de vagones sobre el tablero, pero también es más costoso en acciones de robar cartas.

Todas estas características hacen que TtR sea un buen juego para compartir a aquellos que tienen a los juegos de mesa no como hobby, sino como uno de varios pasatiempos entre los que elegir. Más breve que el Monopoly y el Risk. Tan sencillo como el parchís o la oca, pero con más control sobre lo que uno hace y con decisiones más emocionantes que tomar.

Entre los jugadores más veteranos, TtR es un juego que paso de moda hace muchos años tras una fiebre inicial. Los que jugamos todas las semanas - o al menos lo intentamos - tendemos a quemar antes los juegos, y TtR no es una excepción. Las opciones que plantea al jugador son tan limitadas como para resultar monótonas tras varias partidas, y el componente del azar en las cartas de ruta que se obtienen pueden desequilibrar la partida a favor de un jugador u otro.

Efectivamente, y tal como me comentaron al hacerme la presentación del Thurn & Taxis diciéndome que "es como el Ticket to Ride, pero mejor". Hay muchos juegos que le dan mil vueltas a TtR, pero ninguno de ellos lo podréis compartir con personas ajenas al mundillo de los juegos como si podéis hacerlo con este ya veterano juego.

Lo cierto es, que ha envejecido bien.

lunes, 8 de diciembre de 2014

La Teoría de la Relatividad de la Corrupción

En mi lugar de trabajo tenemos este compañero que parece emitir un carisma especial. Es el más viejo del grupo, pero no está avejentado. Tiene una voz suave, que nunca levanta. Mantiene en todo momento un tono afable. Medio en broma le comparamos con el actor Jesús Puente en su papel de presentador del programa de enlaces "Su media naranja".

Esta semana se dirigió hacía dónde yo y otros compañeros nos encontrábamos con unos papeles en la mano. Era una noticia impresa de un diario digital. La que anunciaba las irregularidades de un destacado miembro del partido Podemos en su relación con la Universidad de Málaga. Hasta había subrayado en rotulador algunas líneas del artículo. De manera inmediata comunicó su conclusión acerca de la noticia: ¿Y está gente pretende acabar con la corrupción?; esta claro que no están cualificados para ello, puesto que son corruptos.

La idea me chirrió al instante, aunque en ese momento no supe explicar por qué. Lo que si acerté a decir a los demás es que la noticia era total y absolutamente irrelevante. No iba a disuadir a mucha gente de votar a Podemos. En mis casi 40 años de vida he visto centenares de denuncias de corrupción y chanchullos en nuestro país, y ello no ha impedido que la población continúe votando a los partidos a los que pertenecían estos corruptos. El motivo de esto lo he visto muchas veces. Los votantes han elegido entre un partido u otro por motivos distintos de la corrupción, como identificación ideológica o porque esperaban que este partido les recompensase con medidas que les favorecían de una u otra manera si conseguían llegar al poder. En este contexto, la corrupción de los miembros del partido al que votan les parece un coste necesario para lograr aquellas otras cosas que les son realmente importantes.

Tendemos a relativizar la corrupción. Exacerbamos la de aquellos cuya posición ideológica o social es diferente de la nuestra, y minimizamos el impacto de los que nos son cercanos. Por ello, el efecto de las noticias de corrupción es mucho menor que lo que podríamos esperar por su espectacularidad. De hecho, llegan a ser hasta irrelevantes. Sobre todo si son muchas y nos sentimos saturados.

¿Quiere ello decir que la corrupción no es un problema en España?. Si lo es. Pero no como un problema en sí mismo, sino como la manifestación patente de otros problemas más profundos de nuestro país que tienen que ver con la opacidad de la gestión pública y la relativa ausencia de separación de poderes. Denunciar una y mil veces los casos de corrupción que resultan de estos defectos es sólo un primer paso, insuficiente en sí mismo. Hay que analizar las raíces del problema y plantear soluciones concretas, realizables, y creíbles. El discurso basado en "ellos (también) son corruptos" se queda es superficial y no contribuye a solucionar nada. De hecho, sirve como herramienta para el atrincheramiento en el discurso político. Cada partido o bando en una discusión se atrinchera en sus posiciones y se limita a ceder lo menos posible frente a los otros.

El atrincheramiento ha sido una herramienta de nuestros partidos políticos desde que nuestra constitución entro en vigor hace 36 años, y en España ha sido una herramienta clásica en cualquier discusión - por nimia que sea - durante siglos. Como mecanismo de interacción social atrincherarse ha tenido sus ventajas, sobre todo en el corto plazo, pero lo cierto es que ha sido una de las rutas que nos ha llevado hasta donde estamos ahora y no sirve para sacarnos de aquí. Es por ello que la mera denuncia de casos de corrupción no basta en sí misma. Es preciso también proponer medidas.

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¿Pueden estas medidas ser propuestas por alguien que no sea corrupto?. ¡Por supuesto que sí!. Pero la cuestión realmente es, ¿hay alguien a quien podamos definir como no corrupto para que pueda asumir esa tarea?.

En una comida con compañeros de trabajo hace dos años salió el tema de la corrupción con los típicos comentarios de reprobación de la clase política. Entonces uno de nuestros compañeros contesto "¿Pero quien hay que no sea corrupto?, ¿tú no eres corrupto?", dijo señalando a uno de nosotros, "¿y tú?". Acto seguido, y para subrayar su argumento, nos confesó que había mentido para lograr una plaza de guardería para su hijo. La respuesta que obtuvo fue un silencio triunfal para él e incómodo para nosotros mientras repasábamos mentalmente algunos de nuestros pecadillos.

¿Hay alguien que no haya cometido alguna ilegalidad, por pequeña que sea?. ¿Todos han cumplimentado debidamente sus formularios de impuestos sin el más mínimo error intencionado o no?. ¿Nadie se ha saltado una norma de tráfico cuando nadie estaba mirando?. ¿Hemos pagado o cobrado todas nuestras facturas con IVA?. ¿Percibimos nuestro salario en B, aunque sea una parte?. ¿Nadie ha mentido, aunque sea sólo un poco, para obtener una subvención, beca, o plaza por pequeña o poco remunerada que sea?. En banca se contemplan muchas pequeñas irregularidades de este tipo, cubiertas por la confidencialidad bancaria. A ciencia cierta sé, basándome en mi propia experiencia, que millones de las viviendas que cambiaron de manos durante nuestra burbuja inmobiliaria incluyeron algún pago en B para evadir el impuesto de transmisiones y reducir lo declarado por incremento del patrimonio en el IRPF.

Entender la corrupción en los términos que planteaba aquel compañero en la comida de hace dos años nos deja como miembros incorruptos de nuestra sociedad a los elementos más marginales de la misma, aquellos que no tienen ningún poder y apenas interactúan activamente en ella. Bebes y niños, algunos mendigos, eremitas y demás gente que vive aislada. Si entendemos la corrupción como un absoluto en el que se es corrupto o no simplemente con haber cometido un sólo acto no conforme a la ley, entonces podemos decir que toda persona que tome parte aunque sea sólo un poco en nuestra economía moderna termina siendo corrupto invariablemente.

Todos somos corruptos. Este es el planteamiento que se sigue de entender la corrupción como algo absoluto. Según ese criterio, el que ha mentido para obtener un contrato de 1.825€ al mes es tan corrupto como el que ha desviado millones  de fondos de ayuda de la Unión Europea a los bolsillos de algunos amigos suyos. Y si seguimos el planteamiento de mi afable compañero de trabajo, tanto el uno como el otro son igual de inválidos para plantear soluciones a la corrupción. Ninguno de los dos querría eliminar la corrupción porque cada uno perdería lo que obtiene de ella.

Ese planteamiento le puede estar chirriando a más de uno. Pero por el momento lo daremos por válido. La conclusión es inevitable. No existe nadie que sea incorrupto, luego nadie puede acabar con la corrupción, luego no se puede hacer nada al respecto.

Entonces, ¿nos quedamos sin hacer nada?. Atrincherados cada uno en nuestras posiciones, rechazando toda propuesta que se realice para solucionar el problema de la corrupción porque quien la plantea es corrupto según nuestra definición absoluta de corrupción.

No es nada recomendable. Si nadie hace nada, el estado actual de las cosas se consolidará como estructura de valores sociales. De hecho, ya lo es en cierto modo. Y entonces la opacidad de la gestión pública, y la ineficiencia y corrupción resultantes serán tan generalizados que podemos caer en un pozo sin fondo. Hay crímenes peores que un desvío de fondos que pueden acabar sin castigo cuando un país se ha dejado llevar tan lejos por el camino de la corrupción.

Hace falta tomar medidas contra la corrupción y, a falta de un ángel que descienda del cielo con una espada flamígera en la mano con la que purificar la nación, esas medidas tendrán que ser propuestas por personas corruptas, al menos en el sentido absoluto de la corrupción que hemos visto.

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Estas medidas están sobre la mesa en las charlas sobre política en nuestro país en este momento. La corrupción es no sólo un tema de actualidad, es una de las principales preocupaciones de la población. Los partidos políticos no son sólo aspiradoras de dinero público, por el momento también siguen siendo la herramienta que articula las preocupaciones de la población y las convierte en medidas de acción pública. Si no responden a estas inquietudes de la población, ésta les da la espalda y deja de votarles, y trasladará su voto a aquellos que si responden a esas inquietudes con propuestas de medidas.

Todos los partidos políticos han adelantado propuestas de medidas contra la corrupción. No pienso entrar a valorarlas una por una. En cambio me atrevo a hacer un pronóstico sobre su efectividad. Si entendemos que todos los partidos políticos son corruptos sin excepción, serán más efectivas las medidas de aquellos partidos que menos se benefician del actual estado de las cosas y de la corrupción.

Es bastante lógico. Iñigo Errejón puede proponer medidas que salvan su parcela de corrupción y sus 1.825€ al mes, pero que perjudican a los que desvían millones. En cambio, los que están metidos hasta el fondo y desvían millones a cuentas en Suiza tienen mucho más que perder, y por ello tenderán a proponer medidas bastante cosméticas que afectan poco o nada a las cantidades que se desvían. Si eso falla en aquietar a la población, pueden optar por atrincherarse, denunciar las corruptelas de los otros y relativizar las propias.

Ello no exculpa a Errejon. Lo que hizo está mal. Pero si queremos evitar el atrincheramiento y solucionar el problema de la corrupción hay que ser realistas. No podemos aspirar a acabar con toda la corrupción de golpe. Eso es tan poco realizable como esperar a que aparezca alguien que no sea corrupto en absoluto para plantear las medidas necesarias, y encima lograr imponerlas. Existe corrupción en nuestra clase política, y existe corrupción en nuestras universidades. Podemos darnos por satisfechos si ponemos coto a la clase de corrupción más seria.

Y es que, una vez más, la corrupción no es un absoluto, sino que es relativa. En el sentido absoluto yo soy corrupto, lo mismo que tú que estas leyendo esto, y lo mismo que muchas personas de nuestro entorno, lo mismo que Errejón, y lo mismo que el tesorero del Partido Popular que acepto dinero de empresas y lo desvió a cuentas en Suiza. Pero ponernos a todos en el mismo nivel no tiene sentido. Yo no he desviado millones de euros a una cuenta en Suiza, ni tú lector tampoco, ni - que yo sepa - Errejón. Nadie está libre de toda culpa, pero la culpa de aquel que desvía millones en relación a nuestros pecadillos es tan grande que equipararnos a él equivale a obviar la viga en el ojo ajeno porque tenemos una astilla en el propio.

Hay que acabar con la corrupción. Y las medidas para hacerlo tienen que provenir de gente imperfecta. Muy probablemente nosotros mismos. Y no podremos acabar con toda la corrupción de un plumazo, pero podemos comenzar terminando con la que más nos cuesta a nuestros bolsillos.

En la vida y en la política puede ser agradable hablar en términos teóricos y absolutos. Pero cuando se trata de plantear soluciones realizables hace falta ser realistas. En la vida y en la política nada es blanco o negro, sino gris. Sin embargo, que el blanco más brillante sea inalcanzable en la realidad no es excusa para permitirnos deslizar hacía la negrura.